Barcelona – Tanger – ChefChaouen: primera aproximación
En el ferry a Tánger, nos extraña tantas facilidades para cruzar, casi nadie para embarcar, ni controles y menos colas de coches de las que solemos ver por la televisión. Colas para sellar el pasaporte.
[colas de coches cargados de equipajes e ilusiones enlatadas… y mentiras del sueño europeo en forma de regalos… ]
[ conductores, a la sombra, esperando la señal para embarcar…]
[…el monstruo que nos engulle a todos]
En el trayecto […un pont de mar blava…] en calma, el sol reflejado en el agua y manadas de delfines dando saltos.
[durante todo el viaje una nebulosa nos impedía de ver la inmensidad del mar... y de repente, empezamos a divisar las costas... imagino como debían sentirse los viajeros antaño o los descubridores...]
[...y los que llegan a su casa... quien sabe cuanto tiempo hace que estos hombres no ven a sus familias y amigos... cómo será el reencuentro?]
Tánger nos recibe calurosa y con los primeros atisbos de lo que nos depara el viaje: caos, gente que te da la bienvenida mientras intenta atraerte a su bar, una plaza llena de terrazas con hombres mirando al mar, olores, pescado frito tirado de precio y el primer wc a la turca.
Los billetes a Chaouen se pueden comprar en el puerto o justo a la salida, en la plaza, pero están llenos. Nos dicen que hay otra estación. Vamos hasta ahí y nos encontramos con un montón de gente que viene y va, que te empuja y grita, que no te deja pedir un billete, o no te entiende, o pasa de ti, o se pone a hablar por el teléfono. Es lo que nos espera… caos! Sin bus para ChefChaouen, cogemos nuestro primer taxi, que enfila las encurbadas colinas del Rif. Un paisaje seco, con vendedores de melones y sandías, trajes tradicionales y ovejas y vacas flacas.
Llegamos a ChefChaouen de noche, sin poder apreciar sus montañas, ni como es el pueblo. A primera vista, parece un pueblo encantador y, sorprendentemente, lleno de gente paseando por las calles. Las primeras impresiones de la vida cotidiana las resumiría en las mujeres con pañuelo y jelaba. Atravesamos la plaza de Mohammed V y subimos por la avenida Asan II para llegar a la medina, llena de callejuelas estrechas repletas de paradas de ropa y comida. Y ahí empiezan a acechar los primeros chicos que intentan acompañarnos a algún hostal de la ciudad. Nos (medio) escapamos. Pero no tenemos éxito con el alojamiento: pasamos por un encantador Hotel Andaluz donde nadie nos atiende y por un par de hostales llenos y, terminamos en el Hotel Véjer, un sitio bastante feo pero céntrico y al lado de una plaza llena de vida cotidiana.
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